Últimamente me ha invadido una necesidad casi asfixiante de acercarme más a mi lado femenino. Siento el deseo de acercarme más y más al misterio de lo que es ser mujer. No es que no me considere femenina, pero si soy honesta conmigo misma, la mayoría de mi vida he estado más volcada al lado yang o activo de las cosas, y menos al lado yin, o receptivo.
Tengo 26 años, y mi vida ha sido una constante mezcla de emprendimientos y competencia. Primero durante mis años formativos. Tuve una crianza dura, exigente. Mi madre demandaba lo mejor de mi en las clases escolares, y durante toda la primaria obtuve las mejores notas. Me exigía a mi misma a aprender más rápido y a afilar mi intelecto.
En mis ratos a solas me gustaba pintar, fantasear, jugar. Recuerdo que sí fui una niña bastante femenina por naturaleza, que le gustaba bailar al ballet y que tenía un carácter dulce y sensible. Pero esa naturaleza fue transformada en otra cosa por mi entorno, que sin ahondar mucho en el tema, me obligaba a defenderme a mi misma de constantes ataques y críticas, tanto en el colegio como en el hogar.
Como resultado, me volví distante, un poco tosca, cínica incluso para una niña, pensando que esa era la manera en que los fuertes sobrevivían en este mundo. Poco a poco mi carácter se fue moldeando a mis circunstancias, y dejé ese lado de mi personalidad dulce y tierno detrás.
Durante la escuela secundaria me adapté a esta nueva personalidad. Era una chiquilla bastante energética, y empecé a jugar deportes para descargar mi energía. Resulta ser que era bastante atlética, por lo que los deportes empezaron a ocupar un lugar primordial en mi rutina. Crecí en un ambiente que me permitía expresarme a mi misma, y esto tenía sus lados buenos como sus lados malos.
Mis padres dejaban que leyera lo que quisiera, lo que agradezco, y también que me vistiera como quisiera, lo que resiento, ya que me hubiera gustado tener una especie de guía en esos años donde las niñas empiezan a aprender como cuidar de su belleza y vestirse como damitas. Es algo que he tenido que aprender yo sola de adulta, y no sin un par de tropiezos.
En fin, en ese entonces muchas veces me vestía como niño, con pantalones y camisas holgadas y una gorra. Patinaba, veía South Park, en otras palabras, era una auténtica tomboy. Luego entré a mis años adolescentes y las cosas cambiaron un poco. Descubrí la música rock, la psicodelia, el arte abstracto, y me fui por esa onda. Llegado mis años universitarios, todavía me encontraba indefinida.
Seguí en esta confusión por varios años más. Esta mezcla de atributos me fueron formando, pero no terminaba de digerirlo todo, ni de entenderme a mi misma. No fue sino hasta mis 25 años que me di cuenta de quien quería ser realmente. Quería prestarle más atención a esa niña dentro mío que tuvo que olvidarse de su carácter dulce y sus sensibilidades naturales, la niña que le gustaba fantasear, y que pensaba mucho en Dios, en los ángeles, en lo divino y en todo lo que era superior con una especie de reverencia. Esa niña, tan amorosa, merece salir al mundo nuevamente, pero ahora convertida en mujer.
Pasé por unos años difíciles en mi formación. Afilé mi intelecto (y mi lengua), me sé defender y competir (aún cuando no hay necesidad), fui expuesta a diferentes corrientes artísticas que me marcaron y ampliaron mi mente. Y por un lado, lo agradezco. Me siento una persona capaz. Todos esos años moldearon quien soy y me convirtieron en una persona de pensamientos y sentimientos auténticos, y con una percepción original.
Pero ahora quiero volver a mis raíces. Quiero conocer nuevamente mi lado sutil. Mi lado gentil, el que sabe nutrirse tanto a sí mismo como a los demás. El lado de mi personalidad que busca la armonía, en vez de siempre ganar la discusión. El lado que sabe apreciar la belleza y busca practicarla todos los días en su sentir, pensar, actuar y vestir. El lado que no busca competir, que no busca herir primero para no ser herido después, que sabe apreciar y deleitarse con los simples placeres de la vida, al igual que con el arte más complejo y experimental.
Pienso que el hecho de que ahora voy a ser madre tiene mucho que ver con estos sentimientos. Me estoy acercando más a los misterios lunares, teniendo esencia de luna corriendo por mis venas en estos momentos de gestación.
Por un lado, este deseo de volver a conectar con mi feminidad natural es realmente frustrante. Veo mi armario, por ejemplo, y no me gusta casi nada de la ropa que tengo. Quiero vestirme con trajes y faldas y blusas bonitas y sandalias delicadas (lástima que tengo que esperar a dar a luz para renovarlo, ya que no haría sentido comprar ropa nueva teniendo 7 meses de embarazo).
Pero además de esto, quiero decorar mi casa, sembrar un jardín de flores en mi patio, inclusive sembrar una pequeña huerta. Quiero deleitarme con el arte que realmente considero bello, con música que ensalza al espíritu. Quiero cuidar de mi pequeño cuando nazca, proveerlo de un hogar bello y de mucho amor. Y por supuesto, quiero escribir. Le quiero dar rienda suelta de una vez por todas a las palabras y pensamientos que tengo rondando en mi mente todos los días.
Muchas de estas actividades tienen más que ver con el lado yin con el que estuve tan desconectada estos años, y es ahora que el deseo de encarnar estos atributos está saliendo a relucir. Son atributos que forman parte de mi verdadera personalidad, aquella que estuve reprimiendo durante años por temor a las críticas y a la dureza del mundo.
Poco a poco iré cambiando tanto mi mundo interior, como iré moldeando el exterior. Sueño con que vida se convierta en una gran poesía, uno de esos relatos que cobran vida durante las noches bajo la luz brillante de las estrellas. Con tiempo, sé que conectaré con la feminidad y sus misterios, y me volveré completa por fin, como la luna llena sobre el mar.